La modernidad líquida trae consigo relaciones efímeras que, por un lado, pueden dejar la sensación placentera de no complicarse poniendo una etiqueta al vínculo sexo-afectivo, mientras que, por otro, el amargo sinsabor del duelo subyacente.
Aunque el término “casi algo” abarca un grupo etario relativamente joven (centennials) es innegable que la generación predecesora sufre también sus efectos a causa de la monogamia secuencial experimentada durante las últimas décadas. Es por esto que términos como “responsabilidad afectiva” y “amor ético” intentan paliar los posibles efectos secundarios provocados por la efervescencia de las relaciones modernas.
¿Qué significa la «responsabilidad afectiva»?
Cuando hablamos de responsabilidad afectiva decimos que: al relacionarme con otra persona mis acciones o inacciones necesariamente van a tener un efecto en ella. Es decir, si importa lo que digo y lo que hago. Por ello, resulta urgente hacernos cargo del impacto emocional y expectativas que generamos en otras personas, pues implica tomar conciencia y comunicar con honestidad nuestras intenciones y emociones. Mientras que cuando hablamos de amor ético, (término que proviene del movimiento poliamoroso) y cuyo objetivo es construir vínculos afectivos más humanos y menos desiguales. Es decir, relaciones éticas: sanas, equitativas, autónomas, respetuosas y transparentes. Por tanto, la ética afectiva o ética relacional es posible en todos los vínculos, se trata de humanizar las relaciones, sino no nos relacionamos, y sólo estamos utilizando a las personas como objetos.
La era del tan famoso «Ghosting»
La responsabilidad afectiva en la era del ghosting (dejar de contestar llamadas, mensajes…desaparecer de la noche a la mañana de la vida de alguien) constituye todo un reto, puesto que ser responsable afectivamente no implica no poder cambiar de opinión, pero sí comunicarla al otro, ser transparente con lo que quiero, con mis expectativas y hacerme cargo de las emociones y del papel que cumplo en dicho vínculo, significa saber que los vínculos que establecemos con otras personas requieren cuidados. Cuidar a la otra persona, pero sin descuidarte a ti y eso incluye ser honestos, aunque implique decir “no” lo cual no excluye comunicarlo con empatía. Las razones para irse son válidas, siempre y cuando no se evada el conflicto (“no es mi responsabilidad, si no somos novios ni nada”) porque la otra persona se queda con preguntas y no puede hacer un cierre adecuado. Si esto no ocurre, nuestra psique entra en conflicto, porque, aunque pierde algo que no tenía, no logra percibirlo de esa manera y lo experimenta como un auténtico duelo.
Las relaciones contemporáneas nos invitan a repensar los modos en que nos relacionamos, tan libres e individuales per se, pero volátiles y desoladores si cuestionamos la mercantilización del amor y su influencia negativa en nuestro mundo afectivo que resulta en un gran malestar colectivo. Hoy en día, entrar en una relación amorosa es introducirnos en un territorio totalmente incierto, donde esta falsa libertad siempre implica decepciones y ponerse en peligro: frente al rechazo, el amor no correspondido, el desamor, la indiferencia o de salir lastimadas.
Recuerden aplicar responsabilidad afectiva en todos sus vínculos, sean del tipo que sean y con quien sea, que no implique obligaciones ni etiquetas, no excluye cuidado y afecto en el sentido más amplio y verdadero. Porque hay algo poco moral en tratar a la gente como si no importara, implicaría la finalización del amor para sustituirlo por el consumo. Dando paso al ideal de hacernos cargo de no enamorar a alguien que no estemos dispuesto a amar.
Referencias:
- Illouz, E. (2012). ¿Por qué duele el amor? Una explicación sociológica. Katz editores. Buenos Aires, Argentina.